¿Alguna vez has sentido esa inexplicable alegría que te inunda, esa sensación de ligereza que te hace flotar? Esos momentos, fugaces o duraderos, donde el mundo parece brillar con un poco más de intensidad, son destellos de la felicidad. A veces la buscamos en grandes eventos, en logros profesionales, en relaciones perfectas. Otras veces, la encontramos en las pequeñas cosas: una taza de café caliente en una mañana fría, una conversación significativa con un ser querido, la sonrisa espontánea de un niño. Pero, ¿qué es realmente la felicidad? ¿Un destino al que llegar, o un camino que recorrer? Es una pregunta que nos hemos hecho todos, y a la que hoy intentaremos acercarnos desde una perspectiva un tanto…inesperada. La búsqueda de la felicidad es un viaje personal, íntimo, y a veces, un poco impredecible. Y tal vez, la mejor manera de entenderlo sea con una metáfora…
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La felicidad es un colibrí borracho, zumbando entre flores de azúcar.
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Esta frase, tan poética como evocadora, nos ofrece una imagen sorprendente de la felicidad. Un colibrí, símbolo de libertad y energía, pero «borracho,» sugiriendo una cierta falta de control, un movimiento frenético y quizás, un poco caótico. Zumbando entre «flores de azúcar,» representando los pequeños placeres, las experiencias dulces e intensas que componen nuestra vida. La imagen no nos habla de una felicidad estática, predecible, sino de algo vibrante, un poco impredecible, incluso ligeramente alocado.
Piensen en ello: la felicidad no siempre es un estado de serenidad absoluta. A veces es una emoción intensa, que nos llena de energía y nos impulsa a disfrutar el momento al máximo, incluso con cierto descontrol. Las «flores de azúcar» pueden ser un logro profesional que celebramos con alegría desbordante, una noche de risas con amigos, una aventura inesperada que nos llena de adrenalina. La clave reside en la capacidad de apreciar esas flores, de zumbar entre ellas con entusiasmo, de saborear cada instante con intensidad, incluso si el vuelo es un poco turbulento. La búsqueda de la felicidad no consiste en eliminar los momentos «amargos,» sino en aprender a apreciar los dulces y a encontrar la belleza en la imperfección.
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En definitiva, la metáfora del colibrí borracho nos recuerda que la felicidad no es un estado permanente, sino un proceso dinámico. Es una danza entre la intensidad y la fragilidad, entre el control y la espontaneidad. No se trata de perseguir una felicidad idealizada, sino de cultivar la capacidad de disfrutar el presente, de saborear las pequeñas alegrías y de abrazar la imprevisibilidad de la vida. ¿Qué «flores de azúcar» estás disfrutando hoy? Reflexiona sobre ello, comparte tus pensamientos y recuerda que la búsqueda de la felicidad es un viaje continuo, un vuelo entre flores que merece la pena disfrutar. Recuerda que la felicidad, al igual que ese colibrí, es única y propia de cada uno. Encuentra tu propia danza entre las flores de azúcar.
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