¿Alguna vez has sentido esa sensación efímera, ese chispazo de alegría que te llena el corazón de repente? Un momento de conexión profunda con algo o alguien, una risa espontánea que te llega al alma, la satisfacción de un trabajo bien hecho… Esos instantes, fugaces pero intensos, son pequeñas pinceladas de lo que llamamos felicidad. Pero la felicidad, a menudo, se nos escapa como el humo entre los dedos. La buscamos con ahínco en logros externos, en posesiones materiales, en la validación de los demás, olvidando a veces que quizás la clave reside en un lugar más silencioso, más íntimo. Se nos presenta como un enigma, una meta inalcanzable, un tesoro escondido que se resiste a ser encontrado. Pero, ¿y si la felicidad no fuese tan distante como creemos? ¿Y si estuviera más cerca de lo que imaginamos?
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**Felicidad: un colibrí azul, robando miel del silencio.**
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Esta bella metáfora nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la felicidad. Un colibrí azul, pequeño, delicado, vibrante en su color, representa la fugacidad y la intensidad de esos momentos felices. Azul, un color asociado a la paz, la tranquilidad, la serenidad. Y la «miel del silencio»? Aquí reside la clave. La felicidad no se encuentra en el ruido constante de nuestras vidas, en el ajetreo diario, en la búsqueda frenética de más y más. Se encuentra, más bien, en los momentos de quietud, en la capacidad de conectar con nuestro interior, de escuchar la voz sutil de nuestra alma. Ese «robo» de miel simboliza la necesidad de detenernos, de buscar esos espacios de calma para saborear la dulzura de la vida, de apreciar las pequeñas cosas, de disfrutar del presente sin la presión del futuro o la carga del pasado. Es un proceso activo, una búsqueda consciente de esos espacios de silencio donde la felicidad puede anidar y florecer. Puede ser una meditación de cinco minutos, un paseo en la naturaleza, un momento de lectura tranquila, o simplemente respirar profundamente y conectar con nuestro cuerpo. Cualquier actividad que nos permita desconectar del ruido exterior y conectar con nuestro ser interior.
Piensa en tus momentos de mayor felicidad: ¿estaban llenos de ruido y estrés, o había un elemento de quietud, de paz interior? Probablemente la respuesta te sorprenderá.
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En resumen, la felicidad no es una meta distante e inalcanzable, sino más bien un colibrí azul que visita nuestro jardín interior. Para atraerlo, debemos cultivar nuestro propio espacio de silencio, ese lugar donde la miel de la paz y la serenidad se encuentra. Dedica un tiempo hoy mismo a la introspección, a la conexión contigo mismo. Busca ese espacio de quietud, ese momento de silencio en tu agitada rutina. Reflexiona sobre qué te hace feliz, qué te llena el alma. Comparte tus pensamientos en los comentarios. Cultiva tu jardín interior, y observa cómo ese colibrí azul, la felicidad, comienza a visitar tu vida con mayor frecuencia. La importancia de comprender esto radica en el cambio de perspectiva que nos ofrece: la felicidad no es un destino, sino un estado, un proceso que cultivamos día a día, a través de la conexión con nuestro ser interior y la apreciación de la quietud.
Photo by Moti Abebe on Unsplash