¿Alguna vez te has detenido a pensar qué significa realmente la felicidad para ti? No me refiero a esa felicidad efímera, la de un fin de semana perfecto o un regalo inesperado, sino a esa sensación más profunda, esa satisfacción que te acompaña en el día a día, incluso en medio de los desafíos. A menudo la buscamos en grandes eventos, en logros monumentales, pero ¿qué pasaría si te dijera que la felicidad se encuentra también en los pequeños detalles, en los momentos cotidianos, en la conexión con nosotros mismos y con los demás? A veces, la perseguimos como una mariposa escurridiza, siempre un paso más allá de nuestro alcance. Pero, ¿y si la clave estuviera en cambiar nuestra perspectiva, en aprender a apreciar lo que ya tenemos? Este es un viaje que emprenderemos juntos, buscando entender mejor ese concepto tan escurridizo y a la vez tan vital: la felicidad.

**Felicidad: un arcoíris que lame el suelo.**

Esta frase, tan poética como precisa, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la felicidad. Un arcoíris, símbolo de esperanza y belleza, pero un arcoíris que «lame el suelo». Esto nos habla de una felicidad que no es etérea, inalcanzable, sino que se manifiesta en la realidad tangible de nuestra vida. No es un concepto abstracto y lejano, sino algo que podemos experimentar, sentir, tocar con nuestros propios pies.

Pensémoslo: la imagen de un arcoíris que toca la tierra nos sugiere una cercanía, una conexión íntima con la felicidad. No se trata de una meta lejana que debemos perseguir incansablemente, sino de algo que está presente, aunque a veces lo ocultemos bajo capas de preocupaciones o expectativas. Puede ser la sonrisa de un niño, el abrazo de un ser querido, la satisfacción de un trabajo bien hecho, la simple belleza de un amanecer. Son momentos pequeños, cotidianos, que se asemejan a la tierra, sólidos y reales, que nos conectan con la profunda alegría de la existencia. La felicidad no es una carrera de obstáculos, sino una serie de pequeños momentos de dicha que, al unirse, forman un camino, un arcoíris tangible que recorremos día a día. La clave reside en aprender a apreciar esos momentos, a saborearlos con todos nuestros sentidos.

En conclusión, la felicidad no es un destino, sino un viaje. Un viaje que comienza con el reconocimiento de los pequeños arcoíris que ya existen en nuestra vida. «Un arcoíris que lame el suelo» nos recuerda que la felicidad no es un premio al final de una larga carrera, sino un regalo presente en cada instante, en cada pequeño detalle que nos rodea. Te invito a que reflexiones sobre esta idea: ¿Qué pequeños arcoíris has visto hoy? ¿Qué detalles te han traído alegría? Comparte tus reflexiones en los comentarios, escribamos juntos un capítulo más de este viaje hacia la felicidad. Recuerda, la felicidad es una elección, y cada día tenemos la oportunidad de encontrarla en los momentos más sencillos y cotidianos de nuestra existencia.

Photo by Bradley Swenson on Unsplash

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