¿Alguna vez te has detenido a pensar qué es la felicidad? No me refiero a la felicidad grandilocuente, a esos momentos épicos que llenan nuestras redes sociales, sino a esa sensación sutil, esa chispa que ilumina nuestro dÃa a dÃa. A veces, la buscamos en grandes logros: un ascenso, un viaje soñado, una relación perfecta. Y sin duda, estos momentos contribuyen a nuestra alegrÃa. Pero la felicidad verdadera, la que nos nutre desde dentro, es mucho más que eso. Es la calma después de la tormenta, la sonrisa sin razón aparente, el gusto por las pequeñas cosas. Es la sensación de plenitud que nos invade cuando conectamos con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. Es efÃmera, cambiante, un torbellino de emociones… ¿pero cómo la atrapar? Hoy vamos a explorar este camino, buscando comprender la naturaleza volátil y hermosa de la felicidad.
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La felicidad, un duende que baila en punta de pie.
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Esta frase, tan poética como precisa, nos describe a la perfección la naturaleza caprichosa de la felicidad. Un duende, pequeño, escurridizo, lleno de magia… Y baila en punta de pie, lo que sugiere un equilibrio delicado, una ligereza que se puede perder fácilmente si nos apoyamos demasiado. La felicidad no es un estado estático, algo que se alcanza y se mantiene para siempre. Es un baile constante, un movimiento, una búsqueda perpetua. A veces, nos encontramos con ella en un momento de profunda conexión con la naturaleza, observando una puesta de sol, escuchando el canto de los pájaros. Otras veces, surge de una simple conversación con un ser querido, de un abrazo reconfortante, de un logro personal, por pequeño que sea. El secreto, entonces, no está en buscarla desesperadamente, sino en crear las condiciones para que ese duende pueda bailar en nuestra vida. Cultivar la gratitud, practicar la autocompasión, conectar con nuestras pasiones, cuidar nuestras relaciones… son pasos que nos acercan a este baile sutil y delicado. Es un proceso, no un destino.
La felicidad también reside en la aceptación. Aceptar que habrá momentos de alegrÃa intensa, y otros en los que el duende se esconde, que la vida es un ciclo de altos y bajos. Intentamos controlar muchas cosas en la vida, pero intentar controlar la felicidad es una tarea inútil y frustrante. Dejemos que el duende baile a su ritmo, y nosotros, disfrutemos del espectáculo. Si nos enfocamos demasiado en la búsqueda obsesiva, corremos el riesgo de pisotear al duende, de alejarlo con nuestra propia ansiedad. Es una danza que requiere paciencia, serenidad y autoconciencia.
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En definitiva, la felicidad es un viaje, no un destino. Es un baile constante, un equilibrio delicado que requiere atención y cuidado. No se trata de perseguirla incansablemente, sino de crear el ambiente propicio para que ese duende, tan mágico y escurridizo, pueda bailar en nuestra vida, a su ritmo, en punta de pie. Reflexiona sobre qué acciones te acercan a esa sensación de ligereza y plenitud. ¿Qué pequeños momentos te llenan de alegrÃa? Comparte tus reflexiones en los comentarios; ¡me encantarÃa saber qué hace bailar a tu propio duende! Recuerda: la felicidad es un derecho, y cada uno de nosotros tiene la capacidad de cultivarla en su propia vida.
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