¿Alguna vez te has sorprendido a ti mismo tarareando una melodía que apareció de la nada? ¿O has encontrado una solución ingeniosa a un problema cotidiano que te tenía atascado? Esos pequeños destellos, esas chispas de inventiva, son muestras de nuestra creatividad innata. No es algo reservado para artistas o genios; la creatividad es una herramienta que todos poseemos, una capacidad que se encuentra dormida en nuestro interior, esperando ser despertada. A diario, nos enfrentamos a desafíos, grandes o pequeños: desde preparar una cena diferente hasta resolver un conflicto en el trabajo. En cada uno de estos momentos, la creatividad puede ser nuestra aliada, permitiéndonos encontrar soluciones innovadoras, superar obstáculos y, en definitiva, enriquecer nuestras vidas. Pero, ¿cómo cultivamos esta capacidad esencial? ¿Cómo la mantenemos floreciente? La respuesta, tal vez, sea más simple de lo que creemos.
Un jardín de ideas, regado con asombro.
Esta frase encierra una profunda verdad sobre el proceso creativo. Piensa en un jardín: necesita tierra fértil, sol, y sobre todo, agua para crecer. Nuestras ideas son las semillas, la tierra fértil es nuestra experiencia y conocimientos, el sol es la motivación y la pasión. Pero el «asombro», ese es el agua que nutre y hace crecer nuestro jardín de ideas. El asombro es la clave. Se trata de ese sentimiento de maravilla, de sorpresa, que nos provoca la curiosidad y nos impulsa a explorar nuevas posibilidades. Observa a un niño descubriendo el mundo: su asombro es constante, cada nueva experiencia es una aventura, una fuente inagotable de inspiración. Esa capacidad de maravillarse, de cuestionar, de ver la belleza en lo inesperado, es la que debemos cultivar en nosotros mismos para mantener viva nuestra creatividad. Intenta, por ejemplo, cambiar tu ruta diaria al trabajo, observa los detalles que normalmente pasas por alto, lee un libro de un género que no sueles leer, escucha música diferente. El asombro surge de la apertura a lo nuevo, de la valentía de romper con la rutina.
Recuperar ese asombro infantil, esa capacidad de ver el mundo con ojos frescos, es fundamental para mantener un jardín de ideas floreciente. Cuando nos permitimos maravillarnos con las pequeñas cosas, nuestro cerebro se abre a nuevas conexiones, a nuevas perspectivas, y las ideas comienzan a brotar con mayor facilidad. No se trata de grandes inventos revolucionarios, sino de pequeños actos creativos que enriquecen nuestro día a día: una nueva forma de organizar tu escritorio, una receta innovadora, una conversación inspiradora. Cada pequeña flor que florece en nuestro jardín personal contribuye a un crecimiento constante y satisfactorio.
En resumen, la creatividad no es un don reservado a unos pocos elegidos, sino una capacidad que reside en cada uno de nosotros. Cultivarla requiere alimentarla con asombro, con la capacidad de maravillarse y explorar. Así que, te invito a reflexionar: ¿qué te sorprende hoy? ¿Qué puedes hacer para regar tu propio jardín de ideas? Comparte tus reflexiones en los comentarios; quizás, al compartir nuestras experiencias, podamos inspirarnos mutuamente y hacer crecer juntos este maravilloso jardín de la creatividad. Recuerda, la creatividad es una fuerza poderosa que puede transformar nuestra vida, solo necesita un poco de asombro para florecer.
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